Todo transcurrió al son de la poesía de la espada. Una vida comprometida con el acero forjado al calor del honor y la perseverancia. Hubo un tiempo en que fueron uno. Ambos al mismo tiempo. Se fundían en movimientos sutiles y serenos. Excelsos. Mortales. Ronin sin señor, vagabundo... quien sabe si heroe o villano. La sangre no habla y su espada fue complice de grandes hazañas.
Recordando aquel tiempo en el que sus fuertes brazos podían quebrantar hasta el alma con un golpe de su katana. Ahora postrado. En silencio, tan solo el susurro del viento y la calidez del atardecer. Los parpados pesan, piernas quebradas, ya sin fuerzas. A su espalda siente al gran fuji que lo vio nacer, al astro rey detrás de el en una explosión de luz y vida perecedera. Es el ocaso soñado, en silencio; sin explicaciones ni arrepentimientos. Tan solo él, su espada y su verdad.
Su ocaso.